lunes, 10 de julio de 2006

La Piedra del Casamiento

Antiguamente esta piedra era un punto de union para muchas parejas, carnavales y fiestas giraban en torno a ella. Hoy en dia este simbolo tocopillano permanece semi-enterrado bajo toneladas de tierra y rocas... Historia sacada del libro de Guido Muñoz Santis titulado: "Después de Caleta Duendes".
- Ya va tomando forma el Momo - Dijo Carlos, un mozo veinteañero que ayudaba en la hechura de una figura de trapo de grandes dimensiones. Sólo falta vestirlo y encajarle los zapatos de lona y quedará listo para quemarlo este domingo en la escarpada de la Piedra del Casamiento.
- Se ve ridículo el rey Momo, pero en el apogeo de la fiesta de carnaval lo hallarán divertido - argumentó otro esmerado colaborador que premunido de un grueso pincel le pintaba el rostro al mono relleno con estopa y paja.
- ¡Arderá como una antorcha cuando celebremos el cierre del carnaval! - dijo don Benigno mientras preparaba una estaca de tres metros de largo que serviria para sujetar al Momo y empotrarlo a los pies del peñón donde finalizaría el carnaval.
- ¿Désde cuando se celebran estas fiestas, don Benigno? preguntó Carlos.
- Me parece que comenzaron por allá por 1914, Carlitos.
- Ya van como trece años - apuntó Carlos, memorizando.
- Lamentablemente el alcalde Murillo cree que es una fiesta pagana y piensa prohibirla el año venidero.
- Bueno, yo pienso que prohibirá la fiesta en la playa, pero continuará la chaya y el carnaval, como siempre.
Benigno asintió reafirmando lo dicho por Carlos. Era una tradición de los tocopillanos jugar a la chaya con papel picado, harina y agua durante tres dias. Las calles de la ciudad, principalmente de la parte alta, eran los sitios escogidos por los chayeros.
- Se daban cita el domingo para luego partir en caravana hacia la Piedra del Casamiento, ubicada un poco más al sur de la Piedra del Camello. Centenares de disfrazados salían de la Filarmónica para participar en el “entierro” del carnaval. Todo era algarabía, cantos y danzas de las comparsas y de las murgas.
Me parece increíble que don Francisco Murillo Le Fort quiera prohibir esta fiesta, don Benigno.
- Bueno Carlos, el alcalde Murillo cree que además de ser una fiesta pagana, también es peligrosa para quienes permanecen por altas horas de la noche en la Piedra del Casamiento una vez que finaliza el carnaval.
- Muchos celebran el fin de fiesta con harto cocaví y tragos a la luz de las fogatas. Oiga don Benigno, ¿por qué le llaman Piedra del Casamiento a ese cerro que está junto al mar?
- Porque es el lugar predilecto de los enamorados.
Allá se reúnen las familias más conspicuas y también las más modestas para departir durante los soleados dias de verano. En esas citas han surgido muchos idilios que después han llegado a contraer matrimonio.
- Al Carlos lo he visto caminar tomado de la manito de Rosita Martínez despues de bajar de una victoria en el camino costanero que conduce hasta ese paseo - señaló el otro ayudante.
- ¡Y lo tenias bien guardado, Carlitos! - exclamó don Benigno. Es una linda chica. Ojalá que allá se les pegue el espiritu santo y que, como las otras parejas, terminen casándose.
Carlos sonrió y continuó empecinado calzándole los zapatones al Momo. Confidenció estar muy enamorado de Rosita y que, sin saber por qué le llamaban Piedra del Casamiento al peñón de la playa, iba continuamente a ese lugar.
- Tal vez será para que algún dia nos unamos en matrimonio con mi adorada Rosita. Este domingo iremos al cierre del carnaval, y si me atrevo le juraré amor eterno.
- Es lo que hacen todas las parejas que van a la Piedra del Casamiento, muchacho - dijo don Benigno. Se juran amor eterno y después terminan unidos ante el cura.
Finalizada la confección del rey Momo, don Benigno dispuso de una carreta tirada por un caballo para transportarlo el domingo hasta la Piedra del Casamiento.
Era viernes y los chayeros estaban en todos los sectores de la ciudad. Niños, jóvenes y adultos participaban entusiasmados en los juegos. Se animaban verdaderas competencias en las que se utilizaban tambores y bateas con agua, “cascarones” hechos de vela derretida, proyectiles con harina y papel picado. La fiesta continuó en la plaza hasta que promediaron las diez de la noche. Lo mismo aconteció el sábado. Los chayeros llegaron al principal paseo público para divertirse con los músicos callejeros de las bandas e improvisadas murgas. El ambiente propio de la estación contagiaba de alegria a las graciosas damas y a los entusiasmados varones.
A media tarde del domingo el gentío alborozado se reunió frente a la Filarmónica de calle Bolívar y desde allí salió rumbo a la costanera para dirigirse a la Piedra del Casamiento. Los músicos municipales encabezaban largas filas de gente disfrazada. Máscaras y antifaces cubria los rostros de muchos hombres y mujeres que avanzaban con sus manos entrelazadas. Carlos vestía un traje de arlequín de diversos colores. Era un bufón que miraba sonriente a su amada Rosita, disfrazada como una hada. Junto a ellos avanzaba una interminable caravana de disfrazados de payasos, pierrots, bailarines clásicos, reinas y reyes y también de graciosos animales.
Improvisadas rondas, competencias y cantos siguieron la llegada a la Piedra del Casamiento. El lugar, ornamentado para la ocasión con conchuela y diversos motivos carnavalescos, se atestó de concurrentes. En medio de esa algarabía y al acercarse el atardecer, fue quemado el rey Momo.
La figura confeccionada con tanto esmero fue consumida lentamente por las llamas, mientras los fuegos de artificio surcaron los aires ante la mirada atónita de los niños, el asombro de las damas y el regocijo de los varones.
La banda de músicos puso el toque esplendoroso cuando sus bronces lanzaron al viento el vals de Strauss “Danubio azul”. Las copas de champaña se alzaron para decir adiós al carnaval y luego abandonar el peñón que, de acuerdo a la creencia popular, era el romántico rincón tocopillano donde los enamorados sellaban su compromiso de amor.
Con la melodía de los novios como melopeya, Carlos fijó su mirada en los hermosos ojos de la ruborizada Rosita Martínez. Tomó sus manos y las besó. Ella lo contempló ansiosa esperando una declaración de amor. El joven titubeó y sin apartarle la mirada murmuró quedo, en voz baja: “Te amo, y deseo que seas mi prometida“. Ella asintió posando su hermosa cabellera en el hombro de Carlos.
Transcurrió el tiempo y con la posterior venia de los padres de los enamorados, Rosita y Carlos contrajeron matrimonio en el templo parroquial de Nuestra Señora del Carmen. Asi sellaron el compromiso que se hicieron al finalizar el carnaval en la Piedra del Casamiento.

En esta imagen se puede apreciar
la parte enterrada de la Piedra del Casamiento

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