miércoles, 26 de julio de 2006

A 66 años del Aluvión...La leyenda del Roto la Mula.

Recordamos este inolvidable y trágico suceso ocurrido en Tocopilla el dia 26 de Julio de 1940, con esta narración extraida del libro "Tococuentos II" y escrita por Raúl Carvajal Egaña.
La leyenda del Roto la Mula.
Se llamaba Manuel Vergara Gaete, pero su nombre había quedado enterrado en un recodo del camino de la vida, donde siempre el tiempo se encarga de cubrirlo con la nebulosa del olvido.
Su recia y rechoncha figura -con suerte se empinaba por 1,64 mts- nos mostraba el retrato de un hombre forjado en la fragua candente del esfuerzo, que no solo esculpe el cuerpo, sino que también el alma de aquellos que están llamados a que su transitar por el mundo no termine al final del camino, sino que se prolongue en las memorias de las generaciones venideras.
Cuentan que en sus años mozos fue figura del equipo de box de la Armada, donde a fuerza de golpes sobre el cuadrilátero, se ganó el respeto de sus congéneres. Fué allí que adquirio también el sobrenombre de "El Roto", por sus raíces campesinas y, para diferenciarlo de los otros púgiles, cuya procedencia también era rural, le agregaron "que pega como una mula", por lo que quedó en los anales de la historia como "El Roto de la Mula".
En busca de nuevos derroteros, un dia cualquiera detuvo su caminar en un boyante puerto, donde veinte, treinta o más embarcaciones surtas en su bahía esperaban un turno para ser cargadas con salitre y emprender en viaje incierto, desplazandose en convoyes para protegerse del artero ataque de los submarinos alemanes pues en aquella época (1939-1945) Europa era el espejo de la estupidez del hombre, desangrándose en una guerra que pienso llegó a llevar a dios a arrepentirse de haber creado a la humanidad. El salitre aportaba vida a la tierra como abono y nutriente, pero como componente de la pólvora vomitaba muertes en los campos de batalla.
En Tocopilla el marino tambien encontraba compañía femenina, licor y música en los "Caguines del puerto", que eran el bálsamo que necesitaba el navegante al arribar a lugar seguro después de meses de navegación. Era época del oro blanco y Tocopilla una pequeña California, y por ese motivo llegaban forasteros día a día para trabajar, ya sea como lancheros, cargadores, estibadores u otros oficios inherentes a las faenas portuarias. Y en esas mismas condiciones arribó "El Roto de la Mula", en el mes de julio de 1940, precisamente el dia 14. Hacía tres dias que lloviznaba en forma intermitente sobre la zona, cuando a la medianoche del dia 25 comenzó a llover en forma torrencial. El agua se fue apozando tras los cerros, formando verdaderos diques, que parecían todos de lidia enfurecidos, que solo esperaban ser liberados para lanzarse con ira incontenible en estampida, bufando terror por sus narices y llevando la muerte en su loca y despiadada carrera por las quebradas aledañas, arrastrando tierra, piedras, quioscos y todo cuanto encontró a su paso.
Eran aproximadamente las 4 de la madrugada y el poblado de la Mina Despreciada sintió el embate de este apocalíptico aluvión. En su recorrido barrió con maquinarias, viviendas, enseres y lo más dramático, con vidas humanas. En la oscuridad de la noche el dios de la maldad pintó su obra maestra, siendo el dolor, el terror y la muerte, las musas de una inspiración diabólica que danzaban al compás de un frenético arpegio fúnebre. La madre naturaleza una vez más era cómplice de esta dantesca obra.
Aquella madrugada Tocopilla justificó plenamente la definición del vocablo indígena que le da el nombre de "Rincón del Diablo".
No se sabe qué lo llevó al lugar. No era un hombre curioso ni morboso, ni siquiera el típico "figurón" que aparece en estos casos para mostrarse y, en vez de ayudar, entorpece las labores de la gente que si lo quiere hacer con el solo fin de ser útil, o estar preparado para la tarea.
El lodazal se internaba en el mar, poniendo el color de las aguas de un café oscuro que iba desde la playa "El panteón" a "Caleta Vieja" por el norte. Al llegar vio gente que corría, lloraba y se lamentaba de rodillas mirando hacia los cielos, como pidiendole explicación al Dios de bondad en el que todos creemos. Al ver los cuerpos flotar entre féretros, maderos y un sinfín de objetos que habian sido arrastrados con el cementerio, llevándose a los "gentiles", sacándolos de la morada que sus deudos jamás pensaron que no sería la ultima para muchos de ellos, que siguieron su sueño eterno en el lecho del mar.
"El Roto de la Mula" quedó impávido como un autómata y con la vista fija en los cadáveres que, desnudos, flotaban sobre las olas como naves al garete. Empezó a despojarse de sus zapatos, luego de la ropa que le cubría el dorso y con decisión comenzó a introducirse en las frías aguas que en ese momento era un barrial turbio y arcilloso. "Capeó" el primer tumbo y siguió braceando acompasadamente pero con fuerza, se acercó a la primera víctima y al más cercano. Sintió un escalofrio al hacer contacto con el gélido cuerpo, lo asió por el cuello a la altura de la barbilla y empezó con mucha dificultad a nadar de vuelta hacia la playa, recorrido que se dificultaba con el torrente del mar. Al tocar fondo firme tomó el cuerpo entre sus brazos y lo depositó suavemente sobre la arena, donde se acercaron curiosos y gente que trataba de ayudar y reconocer la identidad del extinto. Alguien trató de decirle algo, pero fueron palabras que se llevó el viento, porque "El Roto" no hizo pausa y nuevamente se lanzó a las turbias aguas, repitiendo una y otra vez la misma acción, la cual era sacar el máximo de "finados" del mar, antes que lo venciera la fatiga.
Nadie sabe cuantas horas y minutos pasaron. Era como si el reloj del tiempo hubiera detenido su andar. Se le vio venir más lento que las veces anteriores y como un ceremonial preestablecido apareció con el último cadáver que flotaba en el sector, pero esta vez no lo dejó sobre la arena. Recorrió unos pasos más adentrándose en la playa y lo entregó a alguien que lo esperaba. Miró a esa persona a los ojos y, como pidiéndole perdón por lo que estaba haciendo, se lo entregó en sus brazos. ¡Era un niño! Exhausto, ya sin fuerzas, cayó de rodillas, tembloroso, con las manos crispadas por el frio externo, pero con una tranquilidad piadosa del que tiene la paz consigo después de tener la certeza de haber hecho lo correcto. Sintió el palmo de unas manos agradecidas sobre su espalda. Nadie pronunciaba palabra alguna. No habia para qué. Las palabras de admiración eran más elocuentes que mil frases. Le pasaron una raída frazada que lo cubrió parcialmente. Un vecino le ofreció una botella de vino. Ávidamente, "El Roto" la bebió casi hasta la mitad y la devolvió, giró sus pasos y lentamente se alejó hacia la ciudad hasta perderse al adentrarse en el caserío.
Un rayo de sol dibujó una sonrisa en el telón del horizonte, que luego se reflejó en los cerros aledaños, que también fueron mudos testigos de la hazaña de "El Roto de la Mula".
La historia la hacen los hombres que se encuentran en el lugar preciso y a la hora señalada en que ocurren los hechos, y que tienen la valentía y decisión para superar sus miedos y convertirse en héroes. Asi me lo contaron y asi lo cuento yo...

1 comentario:

  1. Anónimo8:55:00

    Buscaba en internet informacion sobre la mina despresiada y llegue acfa. Al leer, no lo podia creer, era cierta la historia del aluvion.
    Mi abuela nacio en la mina despresiada en 1930 y me contaba esta historia. Sus padres tenian algo asi como una pension para los trabajadores de esa mina. Dime, es muy dificil llegar a esta mina? mi abuela fallecio en marzo de este año, y siempre quisimos viajar juntas desde la quinta region a la mina, yo espero ir un dia, si pudieras contactarme para saber como llegar te lo agradeceria.
    lady.paula@gmail.com

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