viernes, 30 de junio de 2006

EL PATIO NUMERO DOS

Y siguiendo con los cuentos terroríficos, a continuación: "El patio numero dos" de Nilas Solano. Narración exclusiva, aparecida en los Tococuentos I.
Las pisadas de la vacilante figura se traducían en sonidos secos y claros, cuyos ecos amplificaba la solitaria noche costera.
-¡Otra vez se me pasó la mano! -mascullaba para sí Roberto Méndez, recriminándose de nuevo por exceso de alcohol que consumió en el Leo’s de la calle 21 de Mayo, uno de los bares céntricos del puerto.
La caminata se le tornaba cada vez más fatigosa. Los efectos de los vapores etílicos nublaban su vista y esto le producía constantes vaivenes en su desplazamiento, amenazando a cada instante dar por el suelo con su respetable estructura osea.
Para colmo de males, su domici
lio se encontraba en la parte alta de la ciudad y gran trecho de ese recorrido debía efectuarlo por una pronunciada pendiente de veredas -una vez dejada atrás calle 21 de Mayo y la plazoleta O’Higgins-, tomar Tercera Poniente, algunos pasajes de atajo, hasta alcanzar la Avenida Chorrillos, lugar en que la urbanización volvía a recuperar niveles planos.
Se detuvo en la esquina donde se ubicaba un famoso burdel y aún, dentro de su embriaguez, le llamó la atención que estuviese cerrado. Dio una ojeada a su reloj de pulsera y exclamó:
¡Un cuarto para la una y el «1313» y... cerrado!... ¿Se habrá muerto la «Tía Doris»? -exclamó jocosamente para sí.
Descansó unos instantes, metiendo sus manos en los bolsillos. A pesar de su intemperancia, sentía frío en aquella silenciosa noche otoñal. Efectuó una susurrante exhalación en cortos soplidos levantando su vista hacia el nor oriente, calculando mentalmente el esfuerzo adicional que le significaría tomar por algunas de las calles que corrían paralelas al cementerio de la ciudad, lugar de tránsito obligado hacia su hogar.
Reemprendió con lentitud la caminata, sufriendo continuos tropezones y lamentándose por lo bajo, por carecer de un automóvil que le evitara el calvario del ascenso. Reflexionaba, también, sobre la posibilidad de adquirir una vivienda más cercana a la hondonada donde se encontraba el núcleo central del pueblo.
Se hallaba sumido en esas divagaciones, matizadas de una mayor emocionalidad, causada por los efectos del licor, cuando ante su vista apareció la muralla de cal blanca que anunciaba la presencia del camposanto. La pared circundante, de un altura aproximada de tres metros, no impedía ver por sobre su borde superior parte de las típicas simbologías sepulcrales: cruces de todas formas y tamaños ubicadas en distintas posiciones.
Contempló esa construcción con absoluta indiferencia. Estaba acostumbrado a su presencia, desde que era niño incluso, cuando saltaba sus cornisas más bajas, del lado opuesto, para efectuar correrías y travesuras infantiles.
La calzada, en cuya orilla se encontraba detenido, se dirigía en línea recta hacia calle Costanera y la playa. Desde el punto de fuga que formaban las lineas luminosas de los mortecinos faroles del alumbrado público, ascendían los fuertes ecos del retumbar del oleaje del mar cercano. La bruma costera dificultaba la visión en ese sentido y la incipiente «camanchaca» que solía cubrir ese sector poblacional ya anunciaba en sucesivos cúmulos su aparición, desdibujando las escasas luces del balneario «Caleta Vieja» que se divisaban fantasmagóricas a la distancia.
Reparó, cosa bastante frecuente, en que la puerta sur poniente del cementerio, frente a él, se encontraba sin cadena y ligeramente entornada. Esto le provocó un cierto alivio. Tomar un atajo por el camposanto siempre resultaba más aliviado y constituía una ruta abrigada del viento frío y la humedad pegajosa de la camanchaca.
Dirigió sus pasos hacia el umbral y no sin esfuerzo, giró un poco más la hoja entreabierta del pesado portón de madera.
En el interior, el paisaje era de la lobreguez esperada. Las innumerables tumbas y sepulcros reflejaban matices claroscuros, producidos por la luz que alcanzaban a prodigarles los postes de alumbrado exterior y la suave presencia luminica de la luna llena, que colgaba en un oscuro telón de fondo, cuya base lo constituía el ángulo formado por los cerros de la cordillera de la Costa que señalan una de las tantas aberturas de las quebradas que desembocan hacia el plano urbano. Por sobre el horizonte del camposanto se destacaban, débiles, algunas luces de las viviendas y faroles de las faldas de los cerros circundantes al pueblo. Advirtió que parte de la insidiosa camanchaca había bajado sobre ese sitio de eterno reposo, creando una atmósfera etérea y fantasmal. Emprendió el camino, mirando cabizbajo el movimiento de sus zapatos y también el entorno inmediato. Tomaba las precauciones necesarias para no chocar con alguna piedra o perder el equilibrio en las continuas depresiones en la tierra seca y dura que revelaban excavaciones a pala y picota para obtener tierra, la que era apilada en pequeños cúmulos en distintas direcciones.
Ese era el Patio Número Dos. Llamado así porque el camposanto se componía de dos sectores. El Patio Uno contenía todas las inhumaciones posteriores a su edificación y el Patio Número Dos, por donde transitaba Méndez, había servido de receptáculo de todos los traslados de tumbas y féretros que habían sido exhumados del antiguo panteón ubicado en la playa cercana. Esta peculiar mudanza se volvió absolutamente necesaria, pues el crecimiento de la ciudad atrapó ese viejo camposanto, que en la antiguedad se encontraba en la periferia norte de la pequeña ciudad. Ahora, la presencia del Estadio Municipal, plazas, liceo, escuelas, bencineras, a su alrededor, lo constituían en un punto negro y deprimente para el bullente sector. Para colmo, un terremoto había destruido gran parte de los nichos y mausoleos, confiriéndole un aspecto macabro. A este sector fueron a dar todos los restos que fue posible recuperar; muchos otros quedarían para siempre olvidados hasta cuando las motoniveladoras y las retroexcavadoras dieran vuelta ese terreno, donde se proyectaba construir otro recinto deportivo. Además, este patio presentaba grandes zonas baldías y terrenos removidos. Seguramente seria la continuación para nuevas planificaciones funerarias, cuando el patio principal ya no diese abasto. Más arriba, hacia su costado izquierdo, se destacaban los planchones de metal, levemente irisados por el brillo del reflejo lunar, de la explanada donde se ubicaba la Fosa Común. Ese lugar siempre le producía algún escalofrío y una sensación de infinita y lúgubre orfandad:
allí se depositaban los restos de aquellos sin nombre y sin parientes que les recordasen. Los vagabundos, los desconocidos, fallecidos en calamidades y tragedias, especialmente el famoso aluvión del año 1940 que se llevó casi un tercio de la parte norte de Tocopilla, donde se ubicaba la famosa población «La Manchuria». A veces, algún alma caritativa encendía, cerca de la trampilla de fierro, donde eran arrojados sin mayores miramientos, alguna velita y la adornaban con alguna corona de flores, a modo de modesto recordatorio a sus mudas e ignoradas tragedias personales. Gran parte de los despojos más antiguos del viejo panteón habían terminado arrumbados sin delicadezas en la insondable y tétrica oscuridad de esa enorme cavidad.
Méndez esbozaba tales reflexiones cuando vio esa extraña pareja... Delante de él, aproximadamente a cuarenta metros, se desplazaban una mujer y un niño.
El menor jugaba y reía tomado del brazo de la que parecía su madre. A veces se soltaba y daba unas correteadas traviesas en torno de ella. Al parecer, no se habían percatado de su presencia, pues la figura femenina, erguida, avanzaba sin dar indicios de volver el rostro hacia atrás.
Se admiró de que tales personas se atrevieran a hacer ese recorrido. La mayoría de la gente evita los panteones por temor de las incontables leyendas de apariciones que suelen rondar ese tipo de sitios. Especialmente tratándose de una mujer y un infante. El mismo, que conocía tanto este cementerio, en estado normal de temperancia lo hubiese pensado más de una vez antes de ingresar a esas horas. Pero también conocía los efectos que el alcohol provocaba en su presencia de ánimo, otorgándole una audacia e indiferencia a situaciones atemorizantes, que en más de una ocasión le había significado entreverarse a puñetazos en alguna taberna o casa de prostitución.
De pronto, el niño se acercó corriendo y saltando hacia él y lo rodeó en un alambre de persecución, típico de los menores cuando se encuentran pletóricos de energía.
Se trataba de un hermoso pequeño. Su pelo era rizado, rubio y sus ojos brillaban cuando le dirigía fugazmente la vista. Sin embargo había algo en él que le inquietó...
Su tez no mostraba los colores rosados típicos de la lozanía juvenil y su indumentaria no le era en absoluto familiar. No se trataba de la típica jardinera de jeans o de los pantalones de franela. Se le ocurrió a Méndez que su vestimenta, un camisón de mangas anchas con vuelos en los extremos y en el escote, era desusada para esta época. Sin embargo, su mente no estaba para tales disquisiciones. Hacia ya bastante tiempo que desconocía los pormenores de la moda juvenil y de cualquier otra. En realidad, desde que sufriera la separación de su esposa, muy pocas cosas le importaban en la vida. No era casualidad su compulsiva tendencia a la bebida, surgida de ese quiebre sentimental. Todos esos pensamientos, que herían su corazón, se amplificaban en repercusiones anímicas que le llevaban a mirar con una curiosa identificación los nichos cercanos y las construcciones mortuorias. Vela en esas manifestaciones de la inexorable muerte física un reflejo de su propia desolación interna. El embotamiento que le provocaba el licor contribuía a esa rumía emocional.
No supo cuánto tiempo estuvo sumido en esas meditaciones, lo concreto es que cuando alzó la vista, la mujer y el niño habían desaparecido...
Esta curiosa constatación contribuyó a remecerlo de su sopor. La inquietud ante una situación tan ilógica tomó de sopetón las riendas de su pensamiento. Empezó a recapitular sobre el tiempo que le habían tomado sus anteriores reflexiones y el divagar de su vista sobre los sepulcros cercanos, pensó que sólo habían sido unos instantes... ¿Entonces ... ? ¿Dónde había ido la extraña pareja ... ? Sus ojos recorrían velozmente todos los posibles pasajes que se detectaban en medio del sombrío recinto intentando divisar sus siluetas. Sus indagaciones eran casi desesperadas, necesitaba obtener respuesta basada en aconteceres normales, pues una lenta inquietud iba germinando en su ser. Ese desasosiego amenazaba constituirse derechamente en una sensación casi desconocida para él.... miedo... Un temor corría por su cuerpo a la par de un brusco aumento de la sudoración. En eso escuchó nuevamente la risa... Era suave y cantarina, como agua vertida en una fuente de metal que, a pesar del eco del oleaje que rompía en la playa cercana, se oía nítidamente. Volvió su cabeza hacia atrás sobresaltado y cuál no sería su sorpresa!...
Tras él, a 50 metros, se acercaban la dama con el niñito.
Su Súbito temor se transformó en una cínica alegría, mientras comentaba para si acremente:
-¡Lo que me faltaba. A mis años ponerme asustadizo Hizo un especie de gesto con su mentón que intentó ser un saludo cómplice. Estuvo a punto de hacerles ver el susto que le habían causado pero se contuvo pensando que esa expresión era suficiente.
Sin embargo, había algo en esa silueta femenina que le preocupaba: aún no habia podido ver su cara. Cuando la divisó al encontrarla por primera vez, ella iba adelante. Ahora, la lobreguez del ambiente, su oscuro traje y el rebozo que cubría casi todo su rostro no permitía verle siquiera alguna porción de su frente brillando contra la luz de la luna.
Antes de volver sobre sus pasos se sintió un poco turbado por no recibir ninguna manifestación, ni siquiera un movimiento de cabeza, que delatara un reconocimiento a su presencia. Al menos, ese mínimo tipo de venia o saludo, algo absurdo o ridículo, que se dispensan los seres humanos cuando se encuentran de improviso en alguna soledad -pretendiendo, tal vez, reafirmar que pertenecen a la misma especie o que, dada la situación, significa un gesto de cordialidad, o aviso-, observó algo extraño...
La indumentaria de la mujer era inverosímil. A pesar de la vida huraña y reñida con los usos sociales que llevaba desde hace algún tiempo, podía reconocer aún las vestimentas típicas del sexo opuesto. Lo que le sobresaltaba era que conocía perfectamente la que la mujer llevaba, aunque le parecía fuera de contexto para la época: se trataba de un luto. Y no sólo eso, era un tocado de luto antiguo. A su mente vinieron escenas de su niñez, cuando en más de una oportunidad, en algunas exequias familiares, observó que las mujeres más ancianas utilizaban esa indumentaria: un vestido, largo hasta los pies, que no permitía ver ni la punta de los zapatos. Tal vez por eso daba la impresión que se deslizaba por el suelo que caminaba. Pero no dejaba de extrañarle la falta de sonido de su traje, que necesariamente debía rozar con las piedrecillas y cascotes que se encontraban diseminados por la senda que transitaba. La silueta que recortaba esa vestidura se abría en su circunferencia máxima a nivel de las caderas y se reducía apretadamente en su cintura. Esa exageración en los cortes le llevó a una conclusión que se le antojó descabellada. ¡No podía ser un vestido con armado! ¡Habían dejado de usarse por lo menos hace cincuenta años! Sin embargo, toda la estructura de la vestimenta así parecía indicarlo.
Méndez siguió caminando delante de ellos, analizando en su memoria visual otros detalles que le preocupaban: creyó advertir que la mujer usaba guantes negros, y los remates de las muñecas del vestido eran de encajes negrísimos. Adivinaba, pese a la semipenumbra, que ese vestido era de una sola pieza y sin escote, rematado también a nivel del cuello en añosos y nostálgicos vuelillos semejantes a los que destacaban en sus muñecas. Le llamaba la atención el enorme rebozo. Cubría totalmente su cabeza y uno de sus extremos, el derecho le pareció, daba vuelta sobre su hombro izquierdo, escondiendo totalmente su mentón y parte de su boca... Pero le intrigaba no ver ni su nariz al menos, o el reflejo de sus ojos. ¡Nada! El conjunto sólo era un nimbo oscuro y profundo que hizo renacer su inquietud. En estas cavilaciones se encontraba cuando divisé, a pocos metros hacia adelante, el arco de concreto que daba paso al patio principal. A su lado derecho estaba esa curiosa sepultura que representaba una catedral gótica con todos sus detalles. Tuvo entonces una idea -sin saber lo mucho que se arrepentiría más tarde- para sosegarse de tantos aspectos desconcertantes de las dos personas con quienes había compartido esa desolada y tenebrosa ruta durante un rato.
Decidió simular que contemplaba con atención la catedral mortuoria, deteniéndose frente a ella, a la espera de que la mujer se acercara, para poder contemplarla a su antojo y satisfacer su curiosidad aunque fuese por el rabillo del ojo.
En esa faena se encontraba cuando nuevamente sintió la risa del menor. Experimentó un terrible sobresalto que lo paralizó en el lugar. No era la composición de la risa, sino su eco.
Le pareció que provenía de todos lados, como si recorriese a saltos las tumbas y criptas que le rodeaban. No supo por qué ese fenómeno auditivo, acaso, producto de su semiborrachera, lo alteraba de esa manera. Descubrió con espanto que no era sólo esa extraña resonancia, sino que a su mente acudieron de golpe todas esas inquietantes coincidencias que fraguaron en su mente una conclusión que su conciencia no quiso aceptar. Prefirió volver con rapidez su cabeza, intentando inútilmente huir de esa aterradora y fantástica comprensión, esperando en vano que la certidumbre de aquellas dos presencias alejaran una ominosa sensación de horror.
Lo que vio le hizo proferir un alarido demencial, sus ojos amenazaban con escapárseles de las órbitas, El estado de somnolencia etílica desapareció en el acto. Emprendió entonces una carrera de locura tropezando con las tumbas que se presentaban en su camino. No recordaría jamás cuántas veces cayó entre sepulcros y cercas de panteones en su huida atenazada por el pánico más espantoso, ya privado totalmente de juicio; ni de qué forma saltó por sobre la pared tapizada de nichos que le separaba de la vereda que circundaba la entrada del Patio Número Uno. Sólo recordaba los rostros demudados de los carabineros que le encontraron tumbado en el pavimento dos cuadras más allá del camposanto, gritando enloquecido.
¡La mujer... y el niño que se reía a carcajadas ... ! -gritaba con sus dedos engarfiados en los terciados del oficial que le sujetaba de los hombros hincado junto a él, trasmitiéndole el intenso horror que experimentaba-...Estaban de pie sobre ese lugar, mirándome... mirándome. ¡La mujer no tenía rostro! Sólo era una sombra aterradora y profunda... y desaparecieron... ¡fueron tragados lentamente por la tierra hasta que desaparecieron los dos!...
Luego hizo una pausa y relajando un poco la tensión de sus dedos, volvió su rostro hacia el pecho, casi entre sollozos:
-¡Se esfumaron, mi sargento!... Se esfumaron entre las planchas de acero... ¡de la Fosa Común!

(La presente narración forma parte de mi libro titulado «Relatos Chilenos de Miedo y Neblina». Esta versión es la original en la cual se detallan aspectos conocidos sólo por coterráneos, los cuales por razones de generalidad, se omitieron de la versión publicada. NA).-

jueves, 22 de junio de 2006

LA LEYENDA DE LA VIUDA

Narración aparecida en el Tococuentos I, escrita por Patricio Arriaza Gajardo.
A la Vieja Pascuala, cuyo nombre pudo ser otro.
Otra vez pasó, fue en la línea del tren, cerca del Pasaje Esmeralda. ¿Qué pasó no me diga’ qué..? Así no ma'.. atacó la Viuda.. Le quitó todo lo que tenía al finao Rosalde y lo dejó amarradito arriba de las vías.
La Vieja Lala me miraba detrás de una cortina de humo que nacía de su Hilton largo. Se acercó a la ventana que da hacia el patio poniente que permite, escoltado por la gran palmera y los pinos de la casaquinta divisar parte del estadio Municipal y al fondo el peñón que oculta la mítica Piedra de la Paragua. -Incluso -agregó haciendo un movimiento de mentón en esa dirección- a tu abuela casi le da un ataque de pánico cuando vio a “La Viuda” pasar saltando como canguro diabólico por los canchones sembrados que quedan hacia allá. No pude evitar un respingo de interés por la gran curiosidad hacia la que apuntaba la vieja “Lala”. -¡Esa si que no te la creo..! ¿Me vas a decir que” La Viuda” se metió también en esta casa..? La viuda andaba en todos lados, hijito... -me sonrió melodramáticamente. Su cigarro colgando de la comisura de los labios le daba un aire de Humprey Bogart femenino y añoso- me moriré sin saber si aquel encapuchado de los saltos enormes fue un ser humano o una manifestación del “Malulo”. -Me parece absolutamente fantástico que un delincuente con características tan particulares, haya aparecido justo aquí en Tocopilla en el culo del mundo ¡ja, ja, ja! -reí divertido antes la posibilidad de tener nuestro propio antihéroe novelesco-. Eso está más bien para un Londres de fines del siglo XVIII o Transilvania, cerca del castillo de Drácula, pero ...¿en Tocopilla..? Me parece francamente cómico, Lala. La vieja dio una pitada evaluándome. No atinaba a concluir que sentimiento dejaba traslucir. Si le embargaba la molestia ante las opiniones livianas de un jovenzuelo impertinente o bien una penosa compasión. por las mismas razones. -En los pueblos chicos es donde ocurren las cosas más increíbles, mocoso. ¿Acaso tu crees que los entierros, las apariciones, los pactos, las visiones las puedes lograr en el Paseo Ahumada, en tu maravilloso Santiago..? ¿Dónde crees que se producen la mayoría de los hechos extraños?-recalcó entre dientes este adjetivo- ¿En el casino de Viña del Mar?, ¿En el Parque Arauco..? ¡Idiota! todo lo que vale la pena experimentar ocurre en Chiloé, Salamanca, los bosques del Sur y por supuesto, en Tocopilla. -“El Rincón del Diablo” -dejé caer en un tono de falso y divertido temor. -“El Rincón del Diablo” -repitió-y más vale que no te burles.. ese nombrecito no es gratuito. No quise seguir mortificando a la vieja Lala que, como toda tocopillana vieja, conocía más historias que las que podía contar, y tenía esa especie de sapiencia popular acerca de la hechicería básica: encantamientos, mal de ojo y esas hierbas de las que yo, por supuesto, me burlaba, bordeando el limite del respeto a sus canas.Finalmente, me levanté, le robé un Hilton largo y me dispuse a escuchar una de las tantas historias raras de la vieja Lala, para lo cual le di el vamos acostumbrado: -Ya Lala, no te enojes que recién almorzamos, a ver, cuéntame cómo fue la historia de La Viuda... Corría el último mes de otoño de 1959. Tocopilla era un bullente puerto comercial. A pesar que había transcurrido ya la época de oro del salitre aún había una gran actividad portuaria y las diferentes colonias de inmigrantes : china, croata, alemana, italiana, griega, le daban una composición social variada y encantadora. El indice de delincuencia era bajo.. Casi todo el mundo se las arreglaba para subsistir sin gran esfuerzo, especialmente gracias a la Cosache (hoy Soquimich) donde existía el trabajo a medias denominado del “medio pollo” y el “cuarto de pollo”. La vida era llevadera y los bares, las casas de prostitución y juerga eran famosas en todo el Norte Grande... “¿Quiere pasarlo bien..? ¡Vaya a Tocopilla..!” Así rezaba un slogan de la época. Sin embargo, en esta etapa final de la edad de oro de Tocopilla, ocurrían desde principios de junio ciertos hechos que quedaron en los anales de la memoria colectiva del pueblo y que no trascendieron como debiera al folklore nacional. En Tocopilla atacó “La Viuda”. Esa fue una frase que surgió entre la comicidad y lo anecdótico. En realidad, no se sabe quién le llamó “La Viuda” a este extraño personaje pero aquello que partió como un hecho aislado y descabellado se estaba transformando en una rutina peculiar y peligrosa. Recorría a pie la costanera desde el muelle, dirigiéndome a mi casa, pensando en esa cantinela que rondaba en todas las mentes de aquellos que se aventuraban solos después del crepúsculo a mediados del año 59. Decía mi abuela Clara: -“Cuidado, hija” que puede salirte la viuda”. El otro día se metió en casa de doña Adela M. y la pobrecita casi se murió del susto. -¿Quién crees que puede ser eso, abuelita..? -Quién o qué.. .-Respondió enigmáticamente la anciana. “Eso”, no se si llamarlo persona. -Me está asustando abuela y debo volver a bajar al centro -agregué sin poder evitar un leve temblor en mi barbilla. -La Adela -prosiguió sin considerar mi incipiente temor- dijo que era una figura alta y delgada, un metro noventa más o menos. Enteramente vestido de negro. Esas uñas, decía,.. . La rasguñó con unas uñas negras y filudas. Y eso no era lo peor,.. antes sus gritos histéricos salió saltando del patio, como un conejo poseído y se encaramó en los techos y siguió dando esos saltos de pesadilla, mientras algunos vecinos intentaban inútilmente alcanzarlo corriendo por las veredas que rodeaban la manzana. -Cuidate, Pascualita -me dijo con seria preocupación- eres muy libre y corajuda, pero si vez a ese fantasma negro arranca a todo lo que den tus piernas y grita como barraco, al menos, la presencia de más gente le asusta. Esas advertencias agoreras de mi Abuela Clara, volvían una y otra vez a mi mente, mientras mis sandalias sobre los cascotes de la Av. Barros Arana resonaban presagiantes, así como el murmullo de las olas de la playa El Panteón. A pesar que trataba de pensar en otra cosa, la última kermesse de los Bomberos, por ejemplo, no había caso, venían a mi mente puras conversaciones sobre “La Viuda”. -Así es Lalita -tenga cuidado m’ hijita. El Viejo Rosaldo casi se murió. Lo atacó en la línea del tren como a las once. El pobre Rosaldo venia “cufifo” -Chi’s! se le llegó a espantar la cura -agrego doña Hortensia mientras me pesaba un kilo de papas en la feria de calle Cienfuegos. El gallo era enorme. Lo tiró al suelo, lo dejó amarrado al lado de la vía del tren.. y no le robó nada... solamente reía y reía hasta que desapareció. -No será puro cuento -se preguntaba doña Fresia eligiendo unas lechugas -¿Cuento? fíjese, doña, que los pacos andan medio camuflados tratando de pillar a la Viuda. No dicen nada, pero yo conozco a la gringa de la esquina. Esa anda con un teniente y me soltó la firme. -Ja ja, ja -reía doña Hortensia- pero que no enteraste Lalita, hablando de la gringa, que a ella y a las otras “niñitas bien” del Puerto la “Viuda” las atacó en la Escuela N02, en sus pijes “cursos de modas” que le hace doña Irma Bravo. -No lo puedo creer, doña Hortensia -dije espantada. -¡Sí! si no te digo mocosa. Les cortó la luz del segundo piso y se pusieron a chillar como locas. Una de ellas la Eugenia Galleguillos. vio una figura negra encapuchada saltar por los muros altos que dan a calle. O’Higgins, Incluso llegaron los pacos, hicieron una redada hasta calle Matta arriba y nada.. Los comentarios de las veteranas feriantes se apagaban en mi cabeza mientras crecía el rumor de las olas de la playa cercana. El panorama hacia el norte se veía sombrío. No había béisbol en el Municipal, así que más oscuro se iba tornando el atardecer. Había dejado atrás el edificio de la Aduana que aparecía imponente arriba a mi derecha, con algunas pocas luces aún prendidas. No se porqué lo asocié con un castillo prohibido con fantasmas y apariciones. -Soy una galla valiente, trabajo de igual a igual que cualquier macho y soy capaz de irme a mariscar por una semana sola. -pensaba, intentando autoconvencerme y sacudirme esa sensación de -que algo está por ocurrir- que me había ido aumentando con cada paso de mis chalalas gastadas. No andaba un alma.. sólo me había topado al salir del muelle con Canaca y su carreta de burros, recogiendo siempre basuras y haciendo trueques de mercadería de dudosa procedencia. Se les arrancó a los carabineros -gritaba desesperado don Remigio Segovia-estaba rodeado y se escapo.. esto es brujería ¡Dios nos libre!. -No sé si llamarlo brujería -dijo el Capitán Valdivia- el tipo tuvo la sangre fría para meterse en el excusado de pozo negro , soportarse durante media hora con sus dedos ... ¡sólo con sus dedos! mientras nosotros revisábamos todo el recinto. Lo descubrimos cuando saltó como un gato desde el pozo y evadirse por la cerca trasera del patio del señor Segovia. Ese tipo debe ser un gran atleta ¡qué zancadas daba por Dios!. -“Un atleta”... “Un demonio”. Las diferentes versiones respecto de este extraño asaltante.. ¿asaltante? si prácticamente no robaba.. ¿Qué buscaba este estrafalario personaje?.. ¿Asustar por el sólo placer de hacerlo? Estos pensamientos se negaban a abandonar mi cerebro, cuando ya, en la bruma costera, productos de billones de gotitas diminutas que parten raudas hacia la arena riberana apareció ante mis ojos el antiguo camposanto que le daba a esta playa ese poco acogedor nombre. Ya el sol se había ocultado y la noche presagiaba su aparición con tonos azul oscuro y plomo que confundían en un solo velo sombrío el poniente. Tras los restallazos de las olas sobre las rocas de la poza "San Gregorio" unas cuantas gaviotas gritaban sus típicos chillidos que se me antojaban a funestas advertencias. -“Lo vieron en Diagonal cerca del Liceo -arrancó como alma que lleva el viento hacia el sector del hospital. Corría a grandes pasos, ¿cómo salta así..?” -¿Llevará resortes en los zapatos.. como se encaramó así sobre los tejados de pasaje Matta? -Apareció a las tres de la mañana estaba oculto en los arboles de la plazoleta O’Higgins... -Le digo que los vieron en 21 de mayo cerca de San Martín, atacó a un obrero de la Chilex y desapareció tras la Casa Del Lago La playa “El Panteón” se perdía en la bruma vespertina y sus arenas color Ceniza y marrón se confundían con el horizonte oscuro, a la derecha, las suaves luces de la Plazoleta que se dejaban ver por sobre el barranco de calle Prat eran la única claridad que adornaba de destellos fantasmales al viejo cementerio. De pronto sonaron esos pasos, esos largos pasos, secos y cortos como bastones golpeados con fuerza sobre cascotes, y el frufru de una capa agitada al viento. Quedé aterrorizada -me confesó la veterana con un leve repiquetear de nervios en sus labios arrugados- frente a mí estaba “La Viuda”. -¡Cómo era, Vieja!- pregunté embobado en el relato y un incipiente escalofrío recorrió impertinente mi nuca. -Era un tipo alto medía casi dos metros, vestía entero de negro, se cubría con una especie de capa con gorro, parecida a la indumentaria de los frailes . No sé si sería moreno pero en la oscuridad no podía ver su rostro, sólo una hilera de blanquisimos dientes, estaba parado sobre un muro que rodeaba el cementerio. Parecía un infernal y enorme búho. Estaba quieto allí mirándome. De pronto.. lanzó una carcajada y se plantó frente a mí como a tres metros. El salto que dio... ¡por favor., no sé cómo describirlo! Fue un salto enorme de acróbata, batió sus piernas largas en el aire y cayó frente a mi, tieso como estaca, arrebujado en su capa negra. Me quedé inmóvil por unos momentos, pero algo en mi interior reaccionó y le lancé una piedra mientras corría a mi derecha intentado alcanzar el barranco que sube a calle Cienfuegos. -¿Qué sucedió, entonces..? Me siguió.. saltando... ¡ cómo lo oyes! ¡ saltaba como un conejo, riéndose!,, Algo llevaba en sus zapatos porque el golpe seco era como de metal, no asemejaba el sonido de las zuelas. Providencialmente, vi un chinguillo viejo que algún mariscador había dejado abandonado cerca de las ladera del barranco. Lo tomé cuando ya estaba a pocos metros de mí. Me volví y blandí el chinguillo gritando como una loca. -¿Lo alcanzaste, Lala? -¡Que va! daba mandobles al aire. El personaje se movía con una agilidad como si fuera una bandera al viento.. De pronto sentí una serie de voces y garabatos sobre la cumbre .. eran unos vecinos que habían sentido mis gritos y que bajaban corriendo con palas y garrotes hacia mi posición. La “Viuda” dio una salto elegante en el aire y se perdió a saltos hacia el camino que va a Caleta Vieja dando unas zancadas dignas de un avestruz.. Nunca más lo volví a ver. -¿Quién crees que era o qué era, Lala..? -pregunté admirado por el valor de la vieja dando un combate de pesadilla con uno de los seres más extraños que se mencionan en las leyendas tocopillanas.. -Dicen muchas cosas.. que era un detective, que incluso colaboraba en la persecución.. que era un loco.. No sé . Así como llegó, desapareció al poco tiempo después de estos hechos que te acabo de contar y nunca más se supo de él
-¿ Y tú que crees, Lala? -pregunté intrigado. Pascuala se sentó, estiró su añoso cuerpo enjuto y con las manos sobre el regazo me miró sobre el horizonte de sus lentes.. -Nadie sabe quién fue o quién es. Sólo puedo decirte que apareció en Tocopilla y que se sabe de apariciones en diferentes épocas y lugares de seres parecidos, si acaso no es el mismo.. -y sonriendo entre dientes agregó- Es todo lo que sé y no te pienso decir mas. -Pero cuéntame al menos, qué ocurrió en nuestro patio.. me dijiste al comienzo de tu historia que atravesó nuestros sembrados ¡Ja ja ja! -Doña Pascuala rió divertida- Tu abuela casi se murió porque vio a la viuda en los canchones de almácigos. Se cayó de traste en una plantación de cilantro. ¿Y..? -agregué esperando la respuesta y extrañado por la risa de Lala que rompía con el tono dramático de su relato anterior -Era una cubrecama oscura que había dejado secarse la vecina, doña Ana en los alambres de la ropa que, al soltarse de un traba, quedó colgando verticalmente simulando una persona con capa: la noche, el viento y el pánico colectivo por la “Viuda” hicieron el resto... Me reí a coro con la anciana y dando la última pitada al cigarrillo le dije...-¿Crees que aparezca por estos lados alguna vez de nuevo, Lala..? Me sonrió y como era su costumbre respondió irónicamente -Tal vez sí, tal vez no.. Después de todo, ya te lo dije, este lugar se llama “ El Rincón del Diablo “ y ese nombre.. -hizo una pausa eterna- No es gratis....


lunes, 19 de junio de 2006

Leyenda de la Piedra del Camello

Extracto del libro "Después de Caleta Duendes" de Guido Muñoz Santis, Fotografía: Archivos personales.
Cuentan que en tiempos remotos un violento terremoto azotó una vasta región costera apegada a una cadena de montañas. Las cumbres la separaban de un inhóspito e inmenso desierto que era atravesado por un serpenteante y larguísimo rio cuyas aguas corrían entre profundas quebradas hasta llegar al mar.
El movimiento telúrico produjo un devastador maremoto que arrasó las costas del largo litoral. En medio de gigantescos oleajes, una frágil embarcación de rústico maderamen, vigas y tosco velamen, se debatía crujiente y luchando para no zozobrar. En su vientre inundado, una veintena de primitivos tripulantes hacía denodados esfuerzos para mantenerla a flote. El viento que arreciaba con furia incontenible la hizo escorar y que su vela se partiera en dos para caer lejos sobre las arremolinadas aguas. Los desesperados hombres de mar se aferraban a los maderos, tratando de proteger numerosas jaulas de animales que traian desde el lejano Oriente.
-¡Aseguren las jaulas!... ¡Protejan a las bestias! ordenaba a viva voz un hombre de mayor rango.
La embarcación comenzó a inclinarse, haciendo que las rejas de madera se deslizaran y se desespedazaran. El fuerte oleaje arrastró la nave hacia la costa, hasta que hombres y animales quedaron diseminados en los roqueríos. No más de seis tripulantes lograron arrastrarse hasta la orilla, pero el resto pereció tragado por el mar.
Pasó el tiempo hasta que la fuerza de la naturaleza fué amainando y volvió la calma. Los extenuados náufragos deambulaban desorientados. Buscaron entre los restos de la nave y solo encontraron un camello que se esforzaba en ponerse en pie. Los esfuerzos fueron vanos, no logró alzarse pese a los cuidados que le prodigaron los que lograron sobrevivir.
Era tiempo estival. El calor hizo desfallecer a los náufragos. En su lento andar, cinco de los primitivos marinos quedaron tirados en la pedregosa costa, muertos de sed y hambre. Uno de ellos montó sobre el camello, que logró levantarse y caminar. El corpulento animal, con su reserva de agua en la giba, fue más resistente y avanzó al norte por la abrasadora ruta de playas y acantilados.
El hombre rezaba, volcando la mirada hacia el oriente. Su letanía resonaba en el macizo costero y en medio de la vastedad del mar.
En un momento de oración, el cielo pareció iluminarse y en medio de la bóveda celestial se escuchó una sobrecogedora y potentísima voz que exclamó: "Hombre, resígnate ante la fuerza mayor y teme a los males. Habéis desobedecido a Dios atrapando a indefensas criaturas irracionales. Fuisteis advertidos y caisteis en la insumisión. Por vuestra rebeldía serás castigado y tu cuerpo se hará polvo en el lugar donde ahora te encuentras. Tu cabalgadura no podrá resistir por más tiempo y será petrificada cerca del mar. Los hombres que después vendrán a poblar estas tierras la venerarán. Se convertirá en una formación rocosa de grandes dimensiones, porque asi lo han dispuesto los dioses como justicia divina. Le llamarán Piedra del Camello".

Un rayo que bajó del cielo desintegró al hombre y sus cenizas se las llevó el viento. El camello encogió sus extremidades y se echó sobre la arena. Bandadas de aves marinas, gaviotas y pelícanos llegaron a posarse en los roquerios para graznar cerca del animal que iba aumentando de tamaño y convirtiendose en una mole de roca y arena en estado de quietud, reposando desde aquel remoto tiempo cerca de la honda quebrada donde siglos más tarde se levantó un poblado llamado Caleta Duendes.

domingo, 18 de junio de 2006

Un Hijo de Confucio

Extracto de la revista oficial del Centro Hogar tocopillano en Santiago, Septiembre de 1999, Escrito por Guido Muñoz Santis de su libro Después de Caleta Duendes.
Anochecia cuando los niños de la patota nos despedimos y uno a uno fue metiendose en sus casas. Me senté en la puerta de la mia, aprovechando que mi mamá sostenía una amena conversación con la vecina Griselda. Me acurruqué junto a mi madre que tenia un chal sobre sus rodillas.
-Hace harto frio- dijo la vecina y mi mamá asintió, agregando que el mes de julio siempre es tan helado.
-¡ay vecina! Exclamó doña Griselda- ¡Acuérdese que hace ocho años, en este mismo mes, se produjo el aluvión en Tocopilla pues...!
Y continuaron conversando sobre la avalancha de agua y barro que en 1940 bajaron de los cerros y arrasaron una población obrera completa llamada "Manchuria". Creo que yo debo haber tenido como un año de edad.
Me imaginé ese aluvión y las casas destrozadas. Miré por sobre los techos del pasaje Esmeralda y vi titilar las luces de los postes. El viento levantaba tierrales y movía las calaminas de los patios cercanos. Se oían los ladridos de los perros y, a ratos, el grito inconfundible del chinito Enrique, vendedor de cordero.
-¿Pata, guata, chunchule y "colelo" (cordero) gritaba mientras conducia un carretón cargado de cortes de cabeza, hígado, corazón, chunchules, prietas, patas, bofe para los gatos y algunas tripas que me regalaba para que las inflara como "capucha" para jugar futbol. Sobre el carretón, tirado por un burro, colgaba un farol o "Chonchon" que le servia para alumbrar la estrecha callejuela y para despachar las menudencias.
Siempre me agradó hablar con él, mientras mi mamá le compraba. Era gentil y humilde, y sonreía si alguien lo trataba mal. Una vez le pregunté por que aguanta que le hablaran a garabatos. Me miró fijamente y dijo con una clama tremenda -Yo no aguanta pero es más sabio callar ante gente violenta. Lo más necesario a esa sabidulía es tener espilitu humilde- después sonrió, sosteniendo una colilla de cigarrillo entre sus dedos índice y pulgar.
Pasó el tiempo, como seis años, y siempre lo vi vendiendo en la calle, invierno o verano eran lo mismo para el esforzado chinito. Cuando el calor era insoportable él vendia paletas...
-Palé, palé... paletita heladita!
-Trabaja mucho casero- le dije mientras él vendia a los niños del vecindario. -Yo trabajal como chino- contestó lanzando una simpática carcajada.
Un dia se detuvo a cambiarle una herradura al burro. El pobre animal apenas podia caminar. Me acerqué para saludarlo en los momentos en que se afanaba sosteniendo la pata del burro.
-Hola caselito- dijo, yo cambiar zapato al burito porque otra herradula estar vieja.
-Qué bueno casero- le respondí y me apresuré a preguntarle de donde había llegado a Tocopilla. Sentía curiosidad por saber algo de ese amable chino.
-Yo venil de Perú, donde llegué hace más de veinte años a buscal a un hermano que trajelon de China como cincuenta años. Después yo sale de Perú porque trabajo muy mal pagado y venir a Iquique. Allá trabajar con paisano en carnicelia. En Tocopilla ya estar cuatro años.
-¿De qué parte de China es usted?
-Yo ser de campo cercano a Kuang-Shansan, territorio de Cantón.
-¿Enrique es su nombre verdadero?
-No, mi nombre es Li-Ke, que tiene significado como Peral frondoso. Allá en Cantón la gente ponel nomble de la naturaleza a hijos. Aquí cuando yo llegal, los empleados que registlaron nombles de los inmiglantes chinos, me pusieron Enlique. Yo les dije Li-ke, pero ellos no entendel y ponel mi nomble como sonaba al oído.
-Li-ke, ¿Porque trajeron a su hermano al Perú?
-Lo tlajelon a tlabajal en islas Chinchas. Me contaron que trael celca de ochenta mil chinos coolies del campo a tlabajal como esclavos en guanelas. Viajaban en cubielta de balcos desde Macao y otros pueltos. A veces molian en la travesía y elan lanzados al mal.
Más de veinticinco años duló tláfico de paisanos coolies. Yo tliste al saber que mi helmano desapaleció junto a otlos chinos que eran explotados por capitalistas ingleses en el Perú. Después muchos venil a Chile y tlael familia y amigos para trabajar en Iquique, Tocopilla, Antofagasta y salitreras. Empresas preferir trabajador chino, pero muchos hombres se oponer. Yo también vivir momentos críticos.
Li-Ke fue acertado al referirse a las vicisitudes que debió enfrentar cada vez que menguó el trabajo o los negocios decaían.
-Cuando todo estal bien es fácil ser tlanquilo y sabio pensador; tambien hay que ser tlanquilo y sabio cuando la cosa andan mal. Yo siempre esperar una opoltunidad mejol.
Me impresionaba su sapiencia. Cierta vez le pregunté si el negocio era bueno y porqué trabajaba en la calle.
Negocio no malo, pero hay que saber trabajar. Hay hombres que tener verguenza y no quieren vender carne y tripas en la calle. Yo puedo, alguien tiene que hacerlo ¿Veldá?. Yo pongo mucha atención y humildad. Da buen resultado. Cuando junte mucha plata pondré una carniceria propia.
-Tiene familia Li-Ke?
-Si, tener hermanos en Cantón -respondió- Siempre mucho recuerdo. Alguna vez volveré a verlos. Aqui tengo muchos amigos. Son sinceros; gente buena.
Continuó voceando la mercaderia después de clavar la herradura en la pezuña del burro.
-Guata, Pata, Chunchule y colelo! ... ¡Venga caselita que yo vendel balato!.
Un gañan de aspecto belicoso remedó la voz y las palabras de Li-Ke que pregonaba en su mediano lenguaje español. Este no se inmutó y continuó gritando sin darle importancia al agresivo individuo que seguia sus pasos. Hice lo mismo. Seguí de cerca al sujeto porque advertí malas intenciones en él. El entrometido volvió a imitarlo, pero al notar la indiferencia de Li-Ke sacó a relucir un filoso cuchillo. Con el arma en ristre se lanzó sobre el sorprendido comerciante que alcanzó a esquivarlo. El hombre comenzó a girar alrededor de Li-Ke que lo miraba fijamente, atento a los movimientos que su atacante hacia con el cuchillo,. Esperé la ocasión propicia para lanzarme sobre el agresor. Lo hice, seguido de los muchachos del barrio que se habían agrupado expectantes. Así logramos reducirlo. El gañan huyó después de recibir una golpiza. Se fué vociferando y lanzando improperios a mi incondicional amigo chino.
-Yo no entendel por qué atacal a mí- me dijo con su acostumbrada tranquilidad. Creo que rabia es debilidad que él tiene. Asi nunca será gran hombre. Yo pude defenderme sólo con mis manos, pero no me gusta violencia.
Un tiempo después Li-Ke desapareció. Ya no se escuchó su pregonar en las calles y pasajes de los vecindarios donde la gente acostumbraba verlo pasar.
Cierto dia, caminando por calle 21 de mayo, lo vi instalado en un local de carniceria y abarrotes. Entré al negocio y lo saludé feliz, como si hubiera hallado a un familiar; un hermano o un ser muy querido.
-¡Hola Li-Ke! ¿Cómo está? y conversamos largo rato. Me contó que el negocio era suyo. Que trabajaría un par de años más porque deseaba volver a China.
-Yo querer mucho Tocopilla, Chile, pero extrañar mi país, a mis hermanos y mi gente.
-Ya no habrá más amigo Li-Ke en la calle, ni carretón, ni burrito. Tienes un negocio muy surtido -le dije afectuosamente.
-No, ahora trabajar otro paisano joven. Yo regalar carretón y burro. Es cantonés que llegó con otros paisanos que trabajan como carniceros, cocineros, peluqueros, vendedores ambulantes, como yo que vendió por pasaje Esmeralda pasando por Pinto, Colón, Washitón, Fleile, Rodligue, Cinfuego, O'Higgi, Carera, Santa Rosa y todo, hasta fi-nal.... ¡Guata, Pata, Chunchule, colelo! -y volví a escuchar su simpática carcajada.
Dos años más tarde se fue. El negocio se lo dejó a otro paisano chino que, como Li-Ke, noble hijo de Confusio, vino a Tocopilla libre del yugo que oprimió a sus hermanos de raza en otros tiempos de esclavitud. Fuí a despedirme y me lo agradeció con su infinita bondad y dignidad.
-Hay momento que imagino volviendo acompañado de hermano que vine a buscar -dijo emocionado- Aquel que a lo mejol soñó escapal de la esclavitud y solo lo logró en el más allá. Ahora volver a mi pueblo. Yo progresar aquí por mi mismo y querer conservar esa dicha junto a mis hermanos. Adiós amigo tocopillano
-Adiós amigo Li-Ke.
(Del libro "Después de Caleta Duendes")

Inauguración de la Plaza Condell

Extracto de la publicación del centro hogar tocopillano de Antofagasta Número 6 de 1985, Escrito por Juan Collao Cerda, Fotografia: archivos personales.
Tradicionalmente en el trazado de un pueblo en formación, se delineaba La Plaza y la Alameda. La Plaza era el corazón de la ciudad y la Alameda la arteria principal del sistema circulatorio del emplazamiento. En los alrederores de la Plaza se iban levantando todas las estructuras más representativas: La iglesia, la sede del gobierno, el municipio y los hogares de los vecinos importantes. Acá se tomaban las retretas y era el paseo obligado de cada miembro de la comunidad. En este lugar de esparcimiento se concentraban las familias en todas las grandes ocaciones. Asi, a través de los años, las plazas sureñas iban adquiriendo el aspecto romántico y señorial que le entregaban la fronda de sus árboles, el canto de las aves y el perfume y colorido de sus bien cuidados jardines.
Nada de esto ocurria en el siglo pasado en Tocopilla.
Si bien es cierto que en la planificación de la nueva ciudad, después del trágico maremoto de 1877, que arrasó con el Pueblo bajo, figuraba para la construcción de la futura Plaza, la Manzana donde actualmente se encuentra el municipio, el cuartel de Carabineros y la cárcel, ni la junta de vecinos bolivianas, ni las primeras corporaciones chilenas, tuvieron la preocupación de dotar a la ciudad de tan importante lugar de esparcimiento. Al parecer, los pioneros del puerto no se dieron tiempo para pensar en momentos de descanso. En realidad, hace 100 o más años vivir en Tocopilla era como morar en el Rincón del Diablo.
La historia de la Plaza Condell empieza el 4 de noviembre de 1892, cuando el primer Alcalde don Felipe Ovalle, propuso la idea de fundar una plaza, destinándose un ítem para ello. Pero no siempre los buenos propósitos se realizan, aunque exista la disposición de hacerlo.
Dos años más tarde la idea no habia logrado concretarse. Fue entonces cuando el Alcalde don Jovino Mundaca, lleno de proyectos y ambiciones para su terruño, plantea al municipio la necesidad de dejar una extensión de 50 metros frente al hospital, con el objeto de construir una plaza en la esquina formada entonces por las calles "9 de mayo" y "Ballivián", (21 de mayo esq. A. Pinto). Pero el lugar pertenecía a don Carlos Carne, quien procedió cercarlo y otra vez la idea no pudo materializarse.
Esfuerzos sucesivos fueron desplegados por alcaldes, ediles y gobernadores, pero la carencia de fondos municipales no permitian a Tocopilla disfrutar de una Plaza de Armas. El 7 de junio de 1903, el primer Alcalde don José Moisés Aguirre, retomaba la idea, rogando a sus colegas aceptaran la proposición de hacer construir una plaza pública, obra de adelanto local y de esparcimiento por la cual habian luchado las administraciones pasadas.
El regidor don Luis Vergara Flores, presentó entonces el siguiente proyecto:
"La Ilustre Municipalidad, en vista de las consideraciones expuestas por el señor Primer Alcalde y, tomando en cuenta las necesidades de higiene y ornato de la población, declara la apertura de una plaza pública en los terrenos comprendidos entre las calles de Sucre, por el oriente, calle Aníbal Pinto por el norte y edificios particulares por calle Bolívar y 21 de mayo. La plaza pública tendrá el nombre de "Plaza Condell".
La idea fue aprobada por unanimidad y aunque en ese momento de su creación, la "Plaza Condell" no era otra cosa que una modesta explanada sin urbanización alguna, poco a poco iría transformándose y ampliando, hasta llegar a ser el lugar más distinguido de la ciudad, con su extraño encanto de colores y formas combinadas, orgullo de la última Administración del Alcalde don Julio Fernández Jiménez.
La primera medida tomada para darle el carácter de Plaza, fue la construcción de un tabladillo que se usaría como escenario para las fiestas patrias y otras grande ocasiones.
En el Presupuesto municipal figuraba un ítem de $ 4.500.00 para la construcción de una plaza pública, dejada por la administración de don Ricardo Reyes. En el nuevo presupuesto se destinaron $ 3.000.00 con el mismo objetivo.
Para oficializar su fundación, el municipio dictó el Decreto 301, por el cual designaba a la "Plaza Condell", como lugar central de la celebración de Fiestas Patrias, debiendo establecerse en ella las ramadas.
Para dar mayor realce a la inauguración, se designaron las siguientes comisiones:
Actos Patrióticos: Srs. Luis Vergara Flores, Dionisio Manley, Narciso Castañeda y Selím Alvarado.
Juegos Populares: Srs. Eduardo Owen, Moisés Rodríguez y Roberto Provis.
Fuegos Artificiales: Srs. Pablo Echiburú, Armando García, Gregorio Pizarro y Maximiliano Pizarro.
La segunda medida destinada a darle personalidad a la Plaza, fue la instalación de faroles para la iluminación nocturna del recinto. Hacia 1903, Tocopilla contaba con 125 faroles distribuidos en todas sus calles, con preferencia en los sectores céntricos.
En el mes de noviembre de ese mismo año, siendo entonces Alcalde don Luis Vergara Flores, se informó haber hecho traer de los barcos, quinientos sacos de tierra vegetal para destinarla a los futuros jardines de la Plaza, considerando necesaria la creación del puesto de Cuidador.
En la memoria presentada ese año al Municipio, el primer Alcalde decia entre otras cosas: "La falta de este paseo se hacia notar desde hace mucho tiempo y aunque aparentemente la ubicación de esta plaza está alejada del centro comercial, no lo será más tarde, cuando la población se extienda hacia los terrenos sin edificar que existen en la parte norte".

sábado, 17 de junio de 2006

En la Caleta de Duendes

Extracto de la publicación del centro hogar tocopillano de Antofagasta Número 6 de 1985, escrito por Juan Montecino Parra.
Carlos Sander, el poeta, periodista, diplomático y prosista, que después de haber recorrido el mundo, quiso descansar en su patria, llegó a estas tierras nortinas en busca de inspiración. Y para ello recorrió todo el norte grande y en especial las zonas del cobre y del salitre. Producto de esta gira fue su libro que tituló: "Entre la Pampa y el Mar".
Con gran belleza poética se refiere -en su libro- al puerto de Tocopilla. Sus fraces y sus pensamientos son fruto de su fascinante retórica. "Hay un momento -principia diciendo- en que la maravilla y los embrujos misteriosos poseen al caminante. Cuando se detiene en la senda que cruza y se figura que puede tocar con sus manos extendidas dos pétalos telúricos: el desierto y el mar.
Hemos salido hace ya mucho tiempo, desde la oficina María Elena, dejando atrás la actividad que bulle en la industria salitrera, por la cual hemos caminado largamente, tactando su costra calichosa y mirando los modernos procedimientos de extracción y elaboración del mineral.
Viajeros solitarios, hemos marchado contemplando pampa y cerros grises, tan cercanos, que parecen próximos a nuestras manos.
Nos devuelven las miradas con su mudez solemne, que encierra tantos minerales, que hombres esforzados vendrán a buscar durante años y siglos... Ahora caminamos por las calles del puerto de Tocopilla que nos parece una perla, un caracol colocado en la frente radiosa del Norte Grande.
La historia de Tocopilla -continúa diciendo Carlos Sander- viene desde aquellos tiempos de la Colonia, cuando por sus tierras caminaban los residentes de la época, los "Changos" que se agrupaban en tribus casi bárbaras y seminómadas y los que se extenderían más tarde por la costa del Norte de Chile hasta el rio Maule.
Eruditos en la historia del norte como Isaac Arce y educadores como don Gerardo Aravena nos han hablado de la riqueza histórica de Tocopilla, recordando las luchas que cumplió su fundador don Domingo Latrille, que fue el primer hombre que se preocupó de este puerto y de fundarlo.
El era Cónsul de Francia en Cobija y habia descubierto los yacimientos de guano en Mejillones en 1842, año en que se trasladó a la Caleta de Duendes, como se llamó Tocopilla... Seguimos en el reino del salitre, porque aquí nos encontramos con el mineral que llega desde la pampa para ser enviado al exterior".
Hace enseguida el escritor periodista, una larga exposición sobre como se embarca el producto a los barcos y como se va apertrechando el puerto del mineral para tenerlo listo en el preciso momento de ser colocado en las bodegas de las naves. Igualmente se refiere a la construcción del muelle mecanizado y del beneficio que este aporta a la industria salitrera. Por último al poner término a su párrafo sobre Caleta Duendes, Carlos Sander emocionado escribe:
"Uno de los barcos que vino a cargar salitre, se ha ido alejando. Sus bodegas van llenas del "Oro blanco" que vino a buscar.
Lo lleva a lejanas tierras. Mientras contemplamos la nave que se va difuminando junto al atardecer, pensamos en los abiertos eriales extranjeros, que están esperando al nitrato chileno, para enriquecer su cuerpo telúrico.
Y nos emocionamos, junto a la tarde marina, como cuando escuchamos algún himno patrio, o cuando alguien muy amado nos susurra palabras de ternura.
Es que el salitre es Chile y lleva con su presencia, toda la fuerza de nuestra raza. Al incorporarse su sal a otras tierras, todos los nacidos en Chile nos mezclamos un poco con las tierras lejanas donde el salitre hará que el pan hecho del alto trigo tenga un sabor maduro y chileno.

La Fotografía fue escaneada personalmente desde un numero especial del diario "La Prensa".

Alcaldes de todas las Epocas

Extracto del Suplemento especial del Aniversario No.138 de Tocopilla, Diario "La Prensa de Tocopilla", año 1981.
De acuerdo a informaciones entregadas con su gentileza caracteristica por el secretario municipal, Mario Morales Luqye, el primer alcalde con que contó esta localidad fue don Blas Ponce Barros, designado por decreto Supremo de 1898.
Desde 1924
Según los libros de actas de sesiones de la Municipalidad de Tocopilla, los alcaldes, desde el año 1924, son los siguientes: Eduardo Mascayano del cuatro de marzo hasta el 24 de octubre de 1924; Francisco Quiroga, del 28 de Octubre de 1924 hasta el 19 de Agosto de 1925; Carlos Bañados Dávila, del 20 de Agosto de 1925 hasta el 15 de enero de 1926; Osvaldo Cornejo Morales, del 12 de mayo de 1927 al 18 de agosto de 1927; Francisco Choloux Rojas, del 19 de Agosto de 1927 al 10 de Octubre de 1928; Fernando Murillo Le Fort, 10 de enero de 1929 al 14 de abril de 1930; Luis Cárcamo, 28 de mayo de 1931 al 9 de septiembre del mismo año; Juan Daniel Ruiz del 10 de Septiembre de 1931 hasta el 21 de julio de 1933; Humberto Rojas Varas, del 2 de agosto de 1933 al 12 de Junio de 1934; Hermann Berendsen I. del 13 de junio de 1934 al 8 de junio de 1935; Juan Daniel Ruiz Godoy, del 10 de junio de 1935 al 14 de mayo de 1938; Victor Contreras Tapia, del 16 de mayo de 1938 al 15 de enero de 1945; José Garcia Berríos, del 16 de abril de 1945 al 18 de Octubre de 1947; Ivar Merino Merino del 20 de Septiembre de 1947 al 23 de Julio de 1949; Gregorio Faúndez Suárez, del 25 de julio de 1947 al 17 de mayo de 1950; Leopoldo Barrientos Oyarzún del 22 de mayo de 1950 al 16 de mayo de 1953; Mario Riquelme Muñoz del 17 de mayo de 1955; julio Fernández Jimenez, del 4 de marzo de 1955 al 19 de mayo de 1956; Alfredo Castillo Ramírez, del 20 de mayo de 1956 al 10 de agosto del mismo año; Oscar Varela Hidalgo del 15 de agosto de 1956 al 12 de mayo de 1960; Julio Fernández Jiménez del 15 de mayo de 1960 al 20 de mayo de 1963; Alberto Carrizo Olivares, 21 de mayo de 1963 hasta el 20 de mayo de 1967; Julio Fernándes Jimenez, 21 de mayo de 1967 al 15 de mayo de 1971; Marco de la Vega Rivera, 16 de Mayo de 1971 al 14 de octubre de 1973; Julio Fernández Jimenez 15 de Octubre de 1973 al 19 de abril de 1977 y Casimiro Busanich Budinich desde el 20 de marzo de 1977 a la actualidad.

jueves, 15 de junio de 2006

Tocopilla 1900 - 1915

Extracto del libro "Tocopilla, reseña historica y desarrollo urbano" de Giovanna Rossi B.
Tocopilla 1900 - 1915.
A principios de siglo, donde se emplazaba un sector de la población en el antiguo barrio la colonia, Punta algodonales, se ubicaron los famosos balnearios que tuvo Tocopilla hasta 1913; año en que parte de lo construido en esa área tuvo que desaparecer para dar paso a la construcción de la planta y los estanques de la Chile Exploration Company.
Los propietarios de estos modestos predios fueron trasladados en su mayor parte a las casas que existian en la avenida Sloman, frente al ferrocarril. El resto indemnizado por la empresa Chile Exploration Company, se disgregó por los sectores obreros del puerto.
"Por aquella época vivir en Tocopilla era sinónimo de sacrificio: el trabajo era rudo, las habitaciones incómodas, sin luz, sin electricidad, sin agua potable, sin alcantarillado, las calles ásperas, terrosas, sin árboles ni jardines. Pueblo de vida triste, sin educación, sin bibliotecas, sin campos deportivos ni lugares de esparcimientos.
Puerto de pozos negros repletos de corralones y guano, con patios aperados de toneles para almacenar el agua dulce y también los zancudos. Asi, las epidemias fueron una amenaza permanente y a veces una dolorosa realidad". Habia pasado la epidemia de fiebre amarilla del año 1869 y ahora reaparece el terrible flagelo del vómito negro del año 1912, que junto a numerosos de los nuestros, causa el fallecimiento de don Marcos Macuada, estudiante de medicina oriundo de Ovalle.
Tampoco habian medios de comunicación, salvo el telégrafo y los barcos de la carrera y cuando sufrían sus retrasos, nuestros puertos eran una extraña isla entre el mar y el desierto.
El año de 1912 el puerto de Tocopilla tenia una población un poco más de 5.000 habitantes.
En esa fecha sobrevino la terrible plaga de la fiebre amarilla y la población de Tocopilla se redujo a 3.000 habitantes, debido a las muertes causadas por el flagelo y al éxodo que se produjo por temor al contagio.

miércoles, 14 de junio de 2006

El Chupacabras en Tocopilla (II)

Extraido de la página del Instituto Peruano de Relaciones Interplanetarias.
Diario La Estrella del Loa - Año XXXV - Nro. 9.669 - Jueves 30 de Agosto de 2001 -

Los pobladores del pasaje Esmeralda de Tocopilla aseguran que no es primera vez que en el sector una extraña criatura ronda por las noches. Leer Más...

Testimonios de un Proceso "Lo que no publican los medios tradicionales"

Y... comenzamos con el Medio ambiente. A decir verdad, Tocopilla es una ciudad muy contaminada por las empresas termoeléctricas (Electroandina, Norgener) que cuentan con todo el apoyo del gobierno, se les suma ESSAN con su ya vista contaminación del sector Avenida Teniente Merino, cerca del Liceo Politecnico...
TOCOPILLA, ANTOFAGASTA Y EL LOA SUFREN GRAVES PROBLEMAS DE CONTAMINACIÓN PROVOCADOS POR EMPRESAS QUE CUENTAN CON LA AUTORIZACIÓN DEL GOBIERNO. Leer Más...

El Chupacabras en Tocopilla (I)

Encontramos este artículo del diario "La prensa de Tocopilla" del año 2001 en donde un poblador narra lo que le pasó...
El tranquilo viaje desde Antofagasta a Tocopilla de un trabajador que labora como contratista de una empresa local, fue bruscamente interrumpido por la aparición de una extraña criatura que se encontraba cerca del cementerio de Gatico, unos 50 kilómetros al sur del puerto salitrero Leer Más...

martes, 13 de junio de 2006

Personajes Callejeros

Extracto de la revista de Tocopilla del Centro hogar Tocopillano del año 1998, narración escrita por R.P.M.
Hay hombres y mujeres que durante su vida son considerados mitológicos por la capacidad de atracción que ejercen en torno al medio que los rodea.
Siempre se ha dicho que para desempeñar con éxito un determinado oficio, es preciso tener vocación, picardía y malicia, especialmente, cuando ese oficio es ser vendedor ambulante.
Con la sana intención de valorizar la chispa a flor de labios de algunos personajes tocopillanos, es que les voy a recordar a los adultos de hoy y tambien a los jóvenes para que los conozcan.
Uno de ellos fue:
"El viejito con sus vestimentas todas de blanco ofreciendo sus empanadas con el siguiente refrán":
"A las ricas empanadas de horno, con pasas, aceitunas y huevo. Por si las veo".
"A las empanadas de horno calentitas, si las muerden gritan".
Otro vendedor ambulante fue "Panamá". Llevó ese nombre, porque fue tripulante de naves que periodicamente llegaban a Tocopilla, en busca de oro blanco (salitre).
Conoció el puerto y su gente y en uno de sus tantos viajes, se radicó y formó su familia viviendo por años en calle Matta, entre Washington y Freire.
Todas las tardes se le veia empujando su carrito con el infaltable cigarro en sus labios, para instalarse en 21 de mayo frente al otrora "Bar Leo" y ofrecer sus budines, dulces y chumbeques que eran las delicias de niños y adultos. Fué conocido por los famosos chumbeques "Panamá".
El turrón nylon. "¡Porqué llora la guagua! porque quiere turrones nylon"
El recorte iris. "Vendedor de pan para la hora del té. Fue destacado árbitro de fútbol".
Baldomero. Extraía y vendía el "sapolio" (el detergente de la época) para la limpieza de los utensilios de cocina.
Cariñoso con los niños y su clientela, decia que habia nacido en Cerro Blanco y que se parecia mucho a su mamita. Siempre la recordaba, muy conservador con la gente.
Los niños y tambien los adultos, como una manera de reirse un poco le decian: "Baldomero, date vuelta el sombrero, que ahi vienen los carabineros": de inmediato hacia girar el sombrero sin sacárselo. Esto lo hacia las veces que se lo pedian.
Valencia:
Era suplementero, a diario llevaba la información a la comunidad tocopillana. Con vestimenta tipo cowboy del oeste americano, otras veces se colocaba un pañuelo grande debajo del gorro para protegerse la cabeza (nuca) del fuerte sol nortino, típico de los legionarios franceses.
Voceaba la venta de diarios y revistas junto a las noticias más importantes.
En una oportunidad, un funcionario policial habilitado para retirar los sueldos del personal, extravió el cheque fiscal y la noticia salió publicada en el diario local. El coterráneo Valencia lo daba a conocer a viva voz de la siguiente manera:
"Paco boca abierta extravió cheque y deja sin regalo de pascua a los hijos de los otros pacos".
Otro Valencia, hermano del anterior: Carabinero cumpliendo sus funciones con mucha responsabilidad, le cursó un parte a sus familiares por no barrer la vereda de su casa.
¡Igual como se hace ahora! Otra:
Al caminar por la céntrica calle 21 de mayo, se escucha una voz femenina con tono fuerte, para hacerse escuchar por otra persona estaba en la vereda del frente:
"Viste... viste... te gané... fue hombre". (claro está que comunicaba el nacimiento de un bebé varon). Sin esperar respuesta se escucha otra voz femenina de una tercera persona contestándole:
"Colócale San Salvador pus H..."
Los que transitábamos en esos momentos estallamos en risa. Sin comentario.
Todo esto se publica para recordar y valorizar la chispa de estos personajes que de esta manera, tambien engrandecieron la tierra natal.