lunes, 19 de junio de 2006

Leyenda de la Piedra del Camello

Extracto del libro "Después de Caleta Duendes" de Guido Muñoz Santis, Fotografía: Archivos personales.
Cuentan que en tiempos remotos un violento terremoto azotó una vasta región costera apegada a una cadena de montañas. Las cumbres la separaban de un inhóspito e inmenso desierto que era atravesado por un serpenteante y larguísimo rio cuyas aguas corrían entre profundas quebradas hasta llegar al mar.
El movimiento telúrico produjo un devastador maremoto que arrasó las costas del largo litoral. En medio de gigantescos oleajes, una frágil embarcación de rústico maderamen, vigas y tosco velamen, se debatía crujiente y luchando para no zozobrar. En su vientre inundado, una veintena de primitivos tripulantes hacía denodados esfuerzos para mantenerla a flote. El viento que arreciaba con furia incontenible la hizo escorar y que su vela se partiera en dos para caer lejos sobre las arremolinadas aguas. Los desesperados hombres de mar se aferraban a los maderos, tratando de proteger numerosas jaulas de animales que traian desde el lejano Oriente.
-¡Aseguren las jaulas!... ¡Protejan a las bestias! ordenaba a viva voz un hombre de mayor rango.
La embarcación comenzó a inclinarse, haciendo que las rejas de madera se deslizaran y se desespedazaran. El fuerte oleaje arrastró la nave hacia la costa, hasta que hombres y animales quedaron diseminados en los roqueríos. No más de seis tripulantes lograron arrastrarse hasta la orilla, pero el resto pereció tragado por el mar.
Pasó el tiempo hasta que la fuerza de la naturaleza fué amainando y volvió la calma. Los extenuados náufragos deambulaban desorientados. Buscaron entre los restos de la nave y solo encontraron un camello que se esforzaba en ponerse en pie. Los esfuerzos fueron vanos, no logró alzarse pese a los cuidados que le prodigaron los que lograron sobrevivir.
Era tiempo estival. El calor hizo desfallecer a los náufragos. En su lento andar, cinco de los primitivos marinos quedaron tirados en la pedregosa costa, muertos de sed y hambre. Uno de ellos montó sobre el camello, que logró levantarse y caminar. El corpulento animal, con su reserva de agua en la giba, fue más resistente y avanzó al norte por la abrasadora ruta de playas y acantilados.
El hombre rezaba, volcando la mirada hacia el oriente. Su letanía resonaba en el macizo costero y en medio de la vastedad del mar.
En un momento de oración, el cielo pareció iluminarse y en medio de la bóveda celestial se escuchó una sobrecogedora y potentísima voz que exclamó: "Hombre, resígnate ante la fuerza mayor y teme a los males. Habéis desobedecido a Dios atrapando a indefensas criaturas irracionales. Fuisteis advertidos y caisteis en la insumisión. Por vuestra rebeldía serás castigado y tu cuerpo se hará polvo en el lugar donde ahora te encuentras. Tu cabalgadura no podrá resistir por más tiempo y será petrificada cerca del mar. Los hombres que después vendrán a poblar estas tierras la venerarán. Se convertirá en una formación rocosa de grandes dimensiones, porque asi lo han dispuesto los dioses como justicia divina. Le llamarán Piedra del Camello".

Un rayo que bajó del cielo desintegró al hombre y sus cenizas se las llevó el viento. El camello encogió sus extremidades y se echó sobre la arena. Bandadas de aves marinas, gaviotas y pelícanos llegaron a posarse en los roquerios para graznar cerca del animal que iba aumentando de tamaño y convirtiendose en una mole de roca y arena en estado de quietud, reposando desde aquel remoto tiempo cerca de la honda quebrada donde siglos más tarde se levantó un poblado llamado Caleta Duendes.

1 comentario:

  1. Anónimo17:15:00

    esta historia me encanto por que la leí en su libro e hice una obra en base a eso, y quiero que sepan una cosa:

    GUIDO MUÑOZ SANTIS ES MI ABUELO


    -Javier Muñoz- (más conocido en internet como Javierkong

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