domingo, 22 de octubre de 2006

Volantines tocopillanos Algo para recordar

Narración extraída de la Revista Oficial del Centro hogar tocopillano en Santiago, con fecha Septiembre de 1999.
La espuma desprendida de las olas azotadas por el viento en las rocas, nos daba de lleno en el rostro refrescando nuestra caminata. Orillando la playa nos dirigíamos a Mamilla, esa sabrosa vertiente hija del río Loa y cuyas aguas de sabor salobre calman la sed de pescadores y aventureros como nosotros. Más de un rancho abandonado y seguramente albergue ocasional de algún necesitado, nos recibían como manifestando alegría por nuestra visita.El puerto sólo se identificaba por las altas chimeneas de la Central Eléctrica no permitiendo la Cordillera de la Costa la visión de la ciudad. Al norte, el Cabo Paquica. Y más al norte, la desembocadura del Loa.

Las cañas que íbamos a buscar, objeto de nuestro viaje, yacían la mayoria descansando o agonizando sobre el tejado de la ranchería levantada por no sé quienes. Necesitábamos las más secas por ser más livianas para el transporte a pleno hombro, para la confección de volantines.

No era atendible el negocio en ir a buscar cañas a Mamilla, pero si la aventura. En el camino más de una vez nos encontramos con el Roto de la Mula, soberbio nadador mariscador. Más de un tocopillano le debe la vida a ese personaje. Años después, un calambre lo traicionó pereciendo ahogado.

Pescadores furtivos divisábamos desde lo alto del cerro de la vertiente Mamilla haciendo mal uso de la dinamita.

Duro el regreso. Además del pesado fardo de cañas sobre el espinazo, también cargábamos a dos jinetes del Apocalípsis: Hambre y sed.

En Caleta Vieja nos esperaba el Flaco Choche que nos proporcionaba el comestible y bebestible para continuar hasta la ciudad. Ahora, con la materia prima en nuestro poder, a comprar colapi, papel de seda y a fabricar volantines para todos los gustos. Tricolores, Pechuga, cara y sello, unicolor, chilenos, en fin, con 12 años de edad ya olíamos el Libre mercado (increible ¿no?).

La Manchuria, nuestro barrio, no tenía alumbrado público ni menos hogareño. La luna, conocedora de la pobreza que nos rodeaba encendía todos sus motores alegrando nuestra desprejuiciada infancia con su plateada luminosidad. Saltábamos, cantábamos, tocábamos guitarra con las chiquillas hasta que las mamás salían a las puertas de sus casas gritando: ¡Ya chiquillas y chiquillos es muy tarde, a acostarse que puede salir la viuda!.

La plena producción volantinera satisface las inquietudes de toda la chiquillería.

¿Cómo quieres el volantín? ¿Chupete o con cola? ¿hilo del ocho o del cero? ¿hilo curado o sano?.

Ahora al cerro a encumbrar aprovechando el excelente viento en los cerros tocopillanos. No debemos encumbrar más allá de las 8 de la noche porque la camanchaca nos moja los aparatos, se ponen pesados y se destruyen. Además, tenemos que ir a las Veladas Artísticas que realiza el Choña Rivera en el local de los Terrenos fiscales, al ladito de la casa del Ganga Bugueño en la calle Guillermo Matta.

Todos éramos artistas. Esa gran cualidad del Choña para convertir a cualquiera de nosotros en actores y… cantantes. Claro que había cantantes que todos los jueves (ese era el dia de las veladas), con la misma canción. Y además los Orrego (el Hugo y el Choche), como habían visto los ensayos de las obras a presentar iban anunciando lo que sucedería en la trama. Nosotros, permanecíamos en silencio y nuestra venganza era agarrar a peñascazos sus casas a la salida de la función.

Estábamos en plena Segunda Guerra Mundial y Tocopilla por ser un puerto altamente estratégico según los yankis, junto con instalar tremendos cañones costeros para defensa de un posible ataque (?), a las ampolletas del alumbrado público se les colocó una pantalla de cartón para así dificultar el blanco que era nuestro puerto. Esta semi penumbra originada por las pantallas susodichas conspiraba con nuestras maldades.

Todo era encanto en nuestro puerto. La única rivalidad existente era quién nadaba mejor o buen futbolista, condiciones que apreciaban mucho las chiquillas haciendose acreedoras ellas a un bombón o una raspadilla por parte del favorecido. Invitación al teatro no corría porque como eramos cabros chicos la mayoria, las chiquillas mayores no nos inflaban. Además estaba latente el temor que apareciera la Viuda.

Ya un poco mayorcito en una salida nocturna del Teatro Nacional, de gratísimos recuerdos, frente a la Casa Yñesta, habia una pizarra con una noticia “Hoy 3 de Septiembre de 1939 empezó la Guerra Mundial. Francia e Inglaterra le han declarado la guerra a Alemania e Italia”. Japón, ni chus ni mus, aún.

Don Oscar Magnan, mi recordado profesor, nos explicó que significaba todo eso. La tragedia jóvenes. El hambre. Los abusos. Los muertos.

Lo que temíamos nosotros era que no fuera a llegar un cañonazo al cerro donde encumbrábamos volantines.

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