martes, 10 de octubre de 2006

Toco-Tocopilla

Reportaje aparecido en el suplemento "Revista del Domingo" del diario "El Mercurio" con fecha 9 de diciembre de 1990.
El Ferrocarril Tocopilla-Toco ya no llega a Toco... La estación murió con el salitre, pero el tren sigue vivo cargando cien años. Ahora une Tocopilla y Pedro de Valdivia por los rieles y durmientes del árido desierto de la Región de Antofagasta. En estas páginas, nos entrega su historia.
Texto y fotografías: Ana Victoria Durruty.
Acabo de cumplir cien años. Nací un 15 de noviembre de 1890 en Tocopilla... Aunque viejo, aún soy útil: el año pasado transporté un millón 290 mil toneladas, casi un millón más en 1899... Algunas penas han dejado profundas huellas en mi fisonomía, pero soy feliz, tan feliz como puede sentirse mi duro corazón de acero. Y tengo muchas anécdotas que contar, simplemente porque formo parte de la historia del salitre.
Mi parto no fue fácil. Una ley especial, aprobada por el Congreso en enero de 1888, otorgó la concesión de terrenos necesaria para iniciar mi construcción... Pero desde mucho antes, mi padre intelectual, el ingeniero inglés Eduardo Squire, luchó por mi gestación. Tras el término de la guerra del Pacífico, en 1883, el Gobierno chileno le reconoció la propiedad de 42 estacas mineras en el sector Toco y, en lo que se denominó "Transacción Squire", se autorizó adicionalmente la construcción de un tren desde el puerto de Tocopilla hasta esas dependencias salitreras (ver mapa). Así, me bautizaron Ferrocarril Tocopilla-Toco (FFTT).
Ahora cada vez que me alejo del mar, avanzando por los cerros de la cordillera de la Costa, entre bouganvilleas de tonos originales, recuerdo esos primeros dias... Entonces el puerto apenas albergaba unas cinco mil almas. Hoy el orgullo inunda mis sentimientos metálicos cuando lo veo convertido en una ciudad, gracias, en cierto modo, a mi propio esfuerzo.
Aquellos eran tiempos difíciles, casi a puro ñeque y pólvora construyeron un sendero serpenteante y abrupto. Muchos dieron su vida antes de culminar el tramo que une Tocopilla y la Estación Tigre: 39,22 kilómetros, siempre en subida. Eran ingleses, coolies (esclavos chinos de Cantón) y chilenos traídos desde el Norte Chico. Aún los recuerdo agradecido. Ellos fueron armando terraplenes, instalando durmientes y rieles por donde luego pasarían las máquinas importadas desde Inglaterra.
Luis Aguilera, quien conduce la locomotora General Electric número 606, es coterráneo de algunos de ellos. Ovallino, el maquinista ha realizado unos cuatro mil 200 viajes de ida y vuelta. Tras siete años, conoce de memoria las estaciones.
¡Tuuuuuuu! ¡Tuuuuuuu! Me gusta atravesar las calles y casas del colorido Tocopilla, donde sus niños aprenden primero que nada a decir "tren". Así le sucedió a Luis Aguirre, el ayudante de máquina en la 606.
Durante los primeros años, después de mi solemne (algunos afirman que hasta vino el presidente Balmaceda), yo temblaba entero al trepar por pendientes de hasta cuatro por ciento. Subía -¡y aún subo!- cuatro metros cada cien. La presión y el vapor me agitaban nervioso... No duró demasiado. Allá por el año 1927 me pusieron electricidad...
Pero todavía conservo la capacidad de asombro. En este tramo soy uno de los trenes montañosos más empinados del mundo, si no el que más y, como bien recuerda Heriberto Ramírez, jefe de Operaciones de tráfico Tocopilla-Tigre, todos los ferrocarriles restantes tienen una tolerancia de "apenas" el tres por ciento.
Por los años de la década del veinte me construyeron un nuevo ramal, de la Estación Tigre a la oficina María Elena, que en esa época se llamaba Coya Norte. Así, entre Tigre y María Elena florecieron estaciones para aprovisionarme de agua, mientras cruzaba -sudoroso y humeante- la enorme pampa. La gente comenzó a juntarse en torno a mis abrevaderos y nacieron Colupito, Cerrillos y Tupiza.
Poco duraron... Desde 1955, me autoalimento, obtengo mi propia potencia eléctrica del petróleo... Adiós Colupito, adios Cerrillos, adiós Tupiza, Gracias... Allí solo quedan historias, incluso de amor, como la de Guillermo Contreras, el palanquero. Su padre trabaja conmigo desde hace tres décadas y su abuelo materno hizo lo mismo hasta que nos dejó en Arica. Su madre, Teresa, conquistó a su "taita" en Colupito.
Después de María Elena me agregaron nuevos ramales: La Estación Vergara y el empalme con la via longitudinal norte-sur en Mirage (ésta debe su nombre a la traducción francesa de un fenómeno frecuente en la zona: los espejismos). Más tarde, en 1929, quedé conectado a la oficina Pedro de Valdivia. A veces viajo hacia la costa con el maquinista Samuel González, quien conduce la locomotora 21 que arrastra 408 toneladas (ocho carros de salitre y doce contenedores de petróleo para ser recargados). Samuel nació en Calama, pero entró al colegio en la oficina Rica Ventura y continuó luego en Prosperidad.
Hoy entre Tigre y Toco no queda nada. Y en las estaciones intermedias, uno que otro árbol seco, montones de piedras y zapatos viejos chamuscados por el sol. Hasta los ladrones se han aprovechado de mi soledad, robándome parte de mi columna metálica, mis rieles eternos ya opacados por la sal y el calor. Por eso quienes me cuidan han tenido que levantar parte del tendido.
El salitre sintético marcó la fecha de mayor dolor, hasta que en 1957 realicé mis últimos viajes de Tigre a Toco... Así es la vida en estas latitudes, por eso mi historia es como la historia del salitre.
Hoy, pese a la seguridad que ofrezco, los "gringos" y otros extranjeros que me visitan se siguen poniendo nerviosos cuando bajan la montaña en mis locomotoras de 1927, de setenta toneladas y 750 caballos de fuerza.
Son buenos tiempos, no lo puedo negar. Incluso están remodelando algunos carros para festejar mi centenario... Soy un viejo útil.

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